CLARÍN RURAL, 16/07/2016

En Apolinario Saravia, a 250 kilómetros al este de Salta capital, en la finca La Moraleja en el norte argentino, la producción limonera es líder mundial. Una historia para contar.

Si el objetivo de muchos en el agro es lograr una integración vertical de la producción y agregar cada vez más valor a la cosecha, para ser competitivos y generar cada vez más empleo, la producción limonera de punta, como la que se desarrolla en la finca La Moraleja, en Salta, lo logra con creces.

Pero, para empezar, algunos datos de este sector. Durante el 2015, la cosecha de limones en el país fue de más de un millón de toneladas, de las cuales un 25% tiene como destino fruta fresca (la mayor parte para exportación) y el restante 75% se procesa en las industrias.

Según la Federación Argentina del Citrus, la producción argentina es 15,42% de la mundial, pero 37% del procesamiento industrial del limón que se hace en el mundo tiene lugar en la Argentina. En ese punto talla fuerte el norte argentino, como empresas en Tucumán, Jujuy y Salta. La Moraleja es una de las más importantes de ellas.

La compañía fue fundada por Angel Sanchis hace 37 años en Apolinario Saravia, en el departamento de Anta, en el este de la provincia y tiene la particularidad de que realiza una la integración de punta a punta.

Compran la semilla de las estaciones experimentales del INTA Famaillá y Yuto (aunque están en pleno proceso para poder obtener sus propias semillas) y luego siguen hasta la industrialización del limón en distintas formas.

En la finca, de más de 14.000 hectáreas, la plantación de limón ocupa 3.500 hectáreas y produce un total de 135.000 toneladas. “Proyectamos agregar 200 hectáreas más por año durante 5 años, hasta alcanzar cerca de 5.000 hectáreas de este cultivo, lo que nos permitiría obtener una producción de 160.000 toneladas”, explicó Angel Sanchis, Director de la firma, a Clarín Rural.

A veces se dijo que el agro no genera empleo, pero La Moraleja fundada por Angel Sanchis Perales es la principal empresa empleadora de la zona de Anta. Allí trabajan entre 1.500 y 1.800 trabajadores en plena época de cosecha (de marzo a agosto).

Para llegar a esa instancia, la clave de la producción es su sistema de riego localizado de alta frecuencia, que tiene el tipo de gota que va a donde tiene que ir, por presión gravitacional, aprovechando la pendiente del suelo.

El riego es un tema clave. Para eso, tienen dos represas: una con una capacidad de 8 millones de litros cúbicos y la otra, de 3 millones de litros cúbicos. “Este es el corazón de todo”, dice Klix. Desde allí abastecen a un acueducto que tiene un recorrido de 65 kilómetros, cuya función es dejar el agua en la cabecera de cada módulo de riego.

La represa es clave para el sistema de riego que abastece la producción de la finca.

Esos módulos, de 100 hectáreas, se subdividen a su vez en 4 partes de 25 hectáreas cada una, desde los cuales se entrega el agua a cada planta según su necesidad.

Con este sistema de riego, buscan tener una producción bien sustentable, ya que no utilizan motores a combustión que puedan resultar contaminantes.

El riego es clave, justamente, en ésta época, hasta que empiezan las lluvias. “Acá llueve un total anual de entre 800 y 900 milímetros. Las primaveras son secas en general. Y hay que rogar que llueva cuando va llegando el verano”, contó Angel Sanchis Herrero, el presidente de la firma.

Una vez cosechado, el limón es transportado hacia la planta industrial que la firma tiene en la misma finca, para su procesamiento. Allí pueden procesar 1.000 toneladas por día y se fabrican tres productos: aceite esencial de limón (se usa en la industria alimenticia), jugo concentrado turbio y clarificado y cáscara deshidratada, que se utiliza como materia prima para la obtención de la pectina (una sustancia que a su vez se utiliza para gelificar alimentos).

En estos tambores se exporta el aceite esencial de limón para la industria alimenticia.

En la finca no solo industrializan la propia producción, sino que también compran limones a otros productores, incluso de provincias vecinas como Tucumán. De hecho 80% de lo que industrializan es producción propia y el 20% restante es de terceros.

Claudio Crivelli, encargado de la planta, dice que una de las claves es invertir en forma constante. “En la interzafra siempre hacemos ajuste para mejorar la eficiencia y aumentar nuestra capacidad de producción”, explicó. En la fábrica que maneja trabajan en forma permanente unas 200 personas.

Con semejante producción, el tratamiento de efluentes es un tema clave. Por eso, separan los sólidos de los líquidos con el propósito de que los líquidos (tras neutralizarles la acidéz) sirvan para reutilizarse en el riego de la producción de árboles que tiene la empresa. Los sólidos, por su parte, se destinan a alimentar el ganado con el que también cuenta la compañía.

La producción de La Moraleja está claramente enfocada en la exportación: 85% de su facturación proviene de negocios que hacen con Rusia, España, Holanda e Italia. En el plano comercial, una de sus principales ventajas radica en que comienza la cosecha meses antes que sus competidores de Tucumán, además de estar en contraestación con respecto al hemisferio norte.

El sinceramiento del tipo de cambio los ayudó a recuperar competitividad internacionl. “Pero como cualquier industria con mano de obra intensiva y enfocada en la exportación, nos pega la suba de costos internos. Entendemos que debe encontrarse todavía un punto de equilibrio”, opinó Klix.

Pero, más allá de las dificultades, la base de la competitividad sigue estando en la innovación, la eficiencia y la escala. En eso, en La Moraleja, tienen mucho para contar. FIN

Horticultura techada

En la finca La Moraleja, en Salta, la producción hortícola también tiene un lugar importante. Esta actividad ocupa 40 hectáreas de cultivos bajo cobertura, de las cuales 22,5 son de tomate, 10 de melón y 7,5 de pimiento. En total, tienen 80 invernaderos de media hectárea cada uno. Además, producen sandía, pero a cielo abierto.

Ramón Palma es el encargado de la horticultura, que se hace en invernáculo.

En estas tareas trabajan unas 100 personas, pero en plena cosecha la cifra crece hasta alrededor de 140. Estos productos, a diferencia de los limones (Ver El campo es industria…), se destinan principalmente al mercado interno: llegan con marca propia al Mercado Central, en Buenos Aires. “El costo del flete es lo que más nos complica”, cuenta Ramón Palma, encargado de la producción hortícola de La Moraleja.

El tomate, por ejemplo, se cosecha en agosto, septiembre y octubre y logran producciones de 100 toneladas por hectárea.